domingo, 28 de febrero de 2010

Dialéctica

Mirémoslo al pequeño, al inocente bebé. “Es igual a su padre” dicen las brujas. Miremos como se babea, como se duerme, como se enchastra. “Tiene tus ojos” repiten esas aves carroñeras que se presentan ante un nuevo nacimiento. Tías y primas salidas de la nada que parecen encontrar en los recién nacidos un chispazo de frescura, algo de vida, que es lo que tanto les falta.

“Se durmió, ¿no es hermoso?” La gente pierde la cabeza frente a los bebés, olvidan aquello que los vuelve personas y los distingue de los cerdos, así disfrutan revolcándose en el barro, comiendo basura o hablándole a un niño con palabras de bobalicón.
No confío en mi hijo. Al principio creí que ser padre podría llegar a gustarme. En fin, era un regalo de la vida para mí, ¿pero quién había pedido ese regalo? La ilusión terminó pronto. 
El día del parto me desperté con un mal presentimiento. Una sensación indefinible me acompañó desde la mañana y en el momento en que él nacía, una luz de alerta se iba encendiendo dentro mío. Vi a la criatura por primera vez y por el modo en que él me miró, tuve la certeza de que sería mi verdugo.

Desde que llegó busco evitar su presencia, pero aunque intente mantenerme alejado, él ha invadido mi casa. Debo tenerlo cerca quiéralo o no, porque fui yo quién lo engendró y ahora es tarde para arrepentirse. Los hijos matan a los padres, él lo sabe. Conoce mi situación, evalúa mi debilidad y me observa agazapado. Espera, simula, sabe. Sabe cual será exactamente el momento para acabarme.
De esto no podría hablar jamás con mi mujer. Desde que apareció esa criatura, está irreconocible. Vive para el bebé. Se abandonó a ella, me abandonó a mí. Cayó en su truco sin resistencia. Él se adueñó de la casa, como un rey, que llega a su palacio e impone sus reglas. Y si a alguien no le gusta, que le corten la cabeza.

En una primera oportunidad le hablé a mi esposa de mi miedo.
- Nora, creo que el niño quiere matarme.
Pero fue inútil. Inútil explicarle esa sangrienta ley básica de la vida. Lo nuevo elimina lo viejo. Esa es su naturaleza, para eso vienen al mundo, para deshacerse de lo podrido, lo que ya no sirve, y buscar su espacio en este ambiente que les da la espalda. Es en esa espalda, donde ellos, con infinita astucia, clavan sus puñaladas mortales.
Nora no lo entiende. No se da cuenta del peligro que durante nueve meses, estuvimos incubando. No ve la amenaza latente, durmiendo todas las noches, astuto, a pasos de nuestra habitación.
No sé cómo lo hará, ni cuándo, pero estoy seguro que esa criatura solo piensa en hacerme desaparecer. Los hijos entierran a los padres. Cada nacimiento es una batalla de voluntades, pero al ver a ese bebé, supe que no habría batalla. Ya había perdido.

Escucho el ruido de su llanto y acostado en la cama, despierto, siento como me roba mi mujer. Ella se levanta y lo atiende. Yo, aprovecho su ausencia, y por tercera noche consecutiva, me visto y me voy.
Al llegar al bar pido lo que sea que puedan darme para que me relaje y se ilumine, por un momento, el tono sombrío de mis pensamientos. Pero la bebida solo hace más claro lo evidente y me sumerge en lo que me obsesiona. Pienso en mi propio padre, muerto cuando yo era un niño y siento una extraña tristeza. Nunca llegué a conocerlo bien ni a quererlo, pero ahora me gustaría que esté conmigo. Para hablarle, para decirle que finalmente lo entiendo, que pasé muchos años enojado con él por haberme abandonado, pero que ahora, la vida me puso en este lugar y lo entiendo. No soy culpable ni víctima en este juego, solo siento unas enormes ganas de llorar y abrazarlo pidiéndole perdón. Perdón padre, por tanta crueldad, perdón por tanta ignorancia.
 
Lleno mi vaso nuevamente.

Oposición, contradicción, negación. Recuerdo mis años de estudiante. Negación de la negación: superación. 
Me ha llevado 20 años comprender la dialéctica. Solo ahora lo sé. Al ver el brillo en los ojos de mi hijo, que son los míos, y escuchar su llanto una y otra vez, recordándome lo que es realmente la dialéctica.

La historia avanza, padre, es inútil resistirse. El mundo seguirá girando con o sin nosotros y de nada sirve aferrarse a esta situación efímera de vida. ¡Salud padre! Por la contradicción, por todos los que hemos sido negados, por los que nos niegan. ¡Salud! Por los que algún día serán negados, por los contrarios, por el motor de la historia. ¡Salud Padre, por la dialéctica!
Y al ver el sol que aparece lentamente, me levanto con dificultad y camino por las calles vacías que conducen a mi casa. Estoy tranquilo, adormecido por el alcohol. Pienso en mi hijo y siento pena por él. No es bueno crecer sin padre, yo lo sé, no se lo deseo a nadie. Pero no me muevo al ver el camión que avanza hacía mi. Y cuando sé que mi final es inevitable, hijo, solo te puedo decir que ahora ganaste. Pero no vas a poder estar tranquilo, nunca, porque la naturaleza es cambio, es evolución. Un día vos vas a ser negado, como me negaste, y ese día, por más duro que sea, vas a entender lo que te estoy diciendo. Tené cuidado hijo mío, la dialéctica no perdona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario