domingo, 28 de febrero de 2010

Encuentro

No podría decir quien habrá querido, que en uno de los caminos del bosque,

un enano viscoso y encorvado se topara repentinamente con una luminosa presencia.
Una niña con ojos grandes, sentada a los pies de un árbol, jugando con su muñeca blanca.
El enano incómodo e irritado por esa intromisión de olor humano, le habló.
No es este, un lugar para niñas – dijo, y agregó - muchos peligros se esconden en el bosque.
No se crea señor – respondió la niña con tranquilidad – mi madre me dijo todo lo necesario para sobrevivir en el bosque. Evitar el peligro es la primera regla y luego, alimentarse siempre que se presente la ocasión.
Algo en ella llamó la atención del enano. Quizá su voz, su inocencia, su tranquilidad o su dulzura. Una llama lo hizo sudar, recordando la última vez que había tocado carne femenina. Comenzó a acercarse a ella y a desearla.
¿Y a donde se fue tu madre? –le preguntó.
No se, me dijo que volvería en unos días. Que la espere aquí sentada y que no me mueva de aquí. Aquí estoy, sentada, esperando desde hace una semana entera.
El enano se relamía, acercándose a la niña de voz tibia y piel blanca. En un susurro lujurioso, le habló al oído.
Niña, ¿y como hiciste para sobrevivir? ¿De qué te alimentaste sin moverte en una semana?
Es curioso que pregunte señor, respondió ella, debería prestar más atención.
El enano se detuvo un momento, algo estaba faltando. Miró a la niña y vio que uno de sus brazos le había arrancado y ahora se lo estaba comiendo.
Perdió el aire, perdió el equilibrio. Confundido y sin un brazo, alcanzó a huir horrorizado por el bosque.
Mientras masticaba la niña le dijo tranquilamente.

Ande con cuidado señor, muchos peligros se esconden en el bosque.

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